Amanda y yo repetimos un mismo paseo los últimos 5 días. A pie y con el carrito nos vamos hasta la plaza de Echeverría y Superí, en BelgranoR. En el camino, los días de semana, nos cruzamos siempre con poca gente, en general entrando o saliendo de los caserones. Nunca son los dueños, sino el personal doméstico que sale a hacer compras, a emparejar la ligustrina, a retocar detalles de la pintura de las persianas o a sacudir el polvo de las camaras de vigilancia. Amanda siempre duerme, y recién se despierta con el cese del movimiento, cuando estamos sentándonos un rato. Así que durante el recorrido, mientras me paseo por ese pequeño universo de sirvientes y servidos, de luz diáfana pero de sordidez profunda, pienso en la vida que quiero y que tengo. Es muy parecido al efecto de caminar por calles extranjeras (casi un Hampstead en miniatura... esa soledad de bocacalles sin semáforos). Y , mientras camino, me digo:
-quiero vivir alguna vez afuera, un año completo
-quiero tener otro hijo
-quiero dibujar y cocinar con Amanda, especialmente las tardes de otoño e invierno
-quiero que empiece a hablar, a decir sus primeras palabras
-quiero conocer Asia, quizás en un viaje solitario
-quiero editar una peliculita con muchas imágenes de mi vida hasta acá, sola y con Juan, para que Amanda sepa quién era su madre antes de que llegara a nuestras vidas, y sepa que puede ser feliz con nosotros
-quiero conocer muchas ciudades más, mucha música más, muchos nuevos amigos
-quiero que Amanda sea grande y un día piense: "soy una persona con suerte"
-quiero que me amen. Que me amen de verdad.
Por suerte, cuando la nostalgia realmente se instala, se despierta la gatita y la calesita de la felicidad empieza a dar vueltas nuevamente.